Pasé 15 días en Venezuela. Desde que pisé tierra todo parecía seguir un guión perverso. Desde la multa del SENIAT a la entrada por llevar medicinas no declaradas, pasando –ya en Mérida– por los cortes de electricidad, la falta de agua, la escasez de comida, las barricadas constantes, las bombas lacrimógenas y odoríferas, los muertos, los heridos, el secuestrado famoso asesinado. Cada día una lucha en las calles, en las casas, en el corazón…
Yo vivo en un sitio privilegiado en el Valle de Mérida. Hay un río que es uno de los linderos de la casa, y cuando se alborota puedo oírlo a lo lejos antes de dormirme. Y me despiertan las aves locales. No soy la única habitante de ese paraíso-no-tan-perdido. Hay unas 14 casas en esa calle (cuando llegué, en el 79, había 4). La mitad de sus habitantes son chavistas. Lo que quiere decir que la vieja Asociación de Vecinos que existió y actuó con éxito durante años ya murió hace rato. La declararon ilegal. Desde hace tiempo lo “legal” son las juntas comunales. Y lo que antes cubríamos entre todos democráticamente, ahora NO lo paga “La Revolución”.
Así que nuestro acueducto rural, que por años fue mantenido por un trabajador costeado por la asociación de vecinos, ahora no es mantenido por nadie. Porque NO se puede pagar a un trabajador. ¿Pago? Eso es de burgueses imperialistas. Eso era en la IV República…
Lo curioso es que las loas al trabajo tan cacareadas por el marxismo no las oí nunca en el pastiche ideológico llamado Socialismo del siglo XXI. ¿Cuántas veces se oyó al Benemérito del Siglo XXI hablar de trabajo? ¿O a sus secuaces ideológicos? A Diosdado, por ejemplo… Ahora nadie trabaja. Todos quieren vivir de nuestro padrecito el Galáctico, variante de nuestro padrecito Stalin y nuestro padrecito el Zar.
Es así como de los 15 días que estuve en casa, en ese paraíso, la mitad lo pasamos sin agua. Sin embargo, además del río del lindero tenemos un par de riachuelos dentro del terreno. En uno de esos me instalaba a lavar los platos contemplando la majestuosa cadena de las Cinco Águilas Blancas y pensando en Heráclito y su “panta rhei” (todo fluye) y su “no nos bañamos dos veces en el mismo río” y sacándole punta al asunto o como diría Homero, de manera más elegante, revolviendo tales pensamientos en mi mente y en mi corazón.
Porque, a ver, ¿todo fluye, Heráclito? En Venezuela sólo fluyen la cocaína y otros narcóticos. La cocaína, que constituye la única y gran unión cívico-militar. De resto, ni fluye el agua, ni fluye el mal llamado “fluido eléctrico”. Ni la moral ni las luces, que supuestamente son nuestras primeras necesidades, fluyen tampoco.
¿Y no es la misma Venezuela que se bañó en el río de la dictadura militar de Pérez Jiménez la que ahora se baña el la dictadura militar venecubana del Siglo XXI? Y las dictaduras, ¿no son acaso las mismas, iguales objetivos, mismas pretensiones?
Ahí fue cuando le dije a mi hijo que pasaba acarreando baldes de agua para limpiar los baños, “¿Sabes qué? Me cago en Heráclito”.
Mi hijo me respondió de mal modo –y con razón– que no andaba para filosofías.
Y me calmé, porque en verdad, el agua clara del riachuelo seguía fluyendo, dándole algo de razón al oscuro presocrático. Y, sobre todo, permitiéndonos lavar los platos hasta la próxima ingesta y los baños hasta la próxima gesta.
Pero la verdad es que en un país que se ha convertido en sangre sudor, lágrimas, y otros fluidos, tenía algún derecho de cagarme en alguien. ¿O no?