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En Fiesta de Gavilanes

Foto cortesía de Alejandro Balza. El Valle, Mérida 2011

Hace un poco más de un año que llegamos a Trieste.  Fueron días muy movidos:  buscar casa, comprar cosas que te faltan: cafetera para expreso, sábanas….Hacerte baquiano de los sitios, y cosas así.

Una de las cosas que había que hacer era cambiar legalmente nuestra residencia para Trieste. Y fuimos a hacer el consabido trámite. En la oficina del Comune  hicimos el papeleo y nos dijeron que un día nos mandarían un funcionario para comprobar que efectivamente vivíamos donde decíamos vivir. Yo insistí en preguntar cuándo vendrían y nos respondieron que cualquier día, en el transcurso de un mes, mandarían a alguien. La funcionaria dijo algo como que “el día menos pensado” se presentaría alguien a supervisar.  Con ese comentario me distraje completamente  pensando en cuál sería el día “menos pensado” y en si sería el Lunes por aquello de que uno no quiere ni pensar en el Lunes….

Y ese día, que no fue un Lunes sino un Miércoles, llegó; y como siempre, era el peor momento desde el punto de vista de un “ama de casa” (eso hago en Trieste): Gaia y yo habíamos comprado un «guacal» de albaricoques y nos lo habíamos repartido. Así que yo había decidido hacer una olla de jalea de albaricoques porque ya no podía comer más y quedaban como 3 kilos (Ermanno, que hubiera colaborado, estaba en África, creo).

Así que la cocina era un reguero de cáscaras y huesos de fruta, de restos de nueces (para añadirle a la jalea) de cajas de Fruttapec (pectina para espesar) y azúcar de caña…..en fin… el desastre previo a mermeladas, jaleas y todo lo que sea cocinar en cantidades.  En compensación, el olor de la fruta cocinándose lentamente y liberando sus jugos y perfumes llenaba toda la casa. Y justo EN ESE MOMENTO el funcionario tocó el timbre.

Yo salí con pelos parados, manos pegajosas y delantal verde con dibujo de limones amarillos…. !!!Más cliché de ama de casa y nos morimos!!!  El hombre entró y yo quería llevarlo a la salita (que tal vez no tenía ni las dos sillas básicas de Ikea) pero él insistió en ir a la cocina. Allí él mismo liberó una esquina para apoyar sus carpetas y después de mis excusas por el desastre y mi cuento de cómo estaban de baratos los albaricoques, inició su interrogatorio mientras la jalea hervía suavemente.

Debo decir que el hombre, de unos 50 años, delgado,  era más bien parco y serio pero amable. Hacía muchas preguntas esperadas (nombre, edad, fecha lugar de nacimiento, educación, etc.) y también conversaba un poco “del più e del meno”  como se dice en italiano. Tal vez como parte de  una estrategia para descubrir falsos residentes… Todo esto era, naturalmente en italiano. Él iba llenando un formulario grueso con  mis respuestas y sus observaciones. De repente, me dice en perfecto español:

Usted conoce la expresión “¿En fiesta de gavilanes, mortandad de pollos”?

Y yo tuve que reírme;  un poco por el dicho y por la sorpresa de oír español con tan buen acento en esta situación de entrevista; y le respondí también en español:

   No lo conocía. Es un dicho interesante, pero usted ¿cómo lo conoce?

Y él me cuenta un poco de su historia,  y no creo que esto formara parte de la estrategia para descubrir a los falsos residentes. Creo que fue un genuino momento de sinceridad.

Me cuenta, en italiano esta vez, que la expresión se la había enseñado un hombre de Guatemala con quien él vendía frutas y verduras hace muchos años en el mercado de Ponte Rosso, en Trieste. Cuenta  que ellos dos solían llegar muy temprano al mercado y montaban sus quiosquitos. Pero que cuando llegaban los eslovenos hacia mediodía a instalar los suyos, ellos tenían que irse porque ya no podían vender más. Que los eslovenos los hostigaban porque ellos eran los únicos “extranjeros” del mercado… hasta que los hacían irse…. Y en uno de esos momentos de levantar los quioscos, el guatemalteco le había soltado el dicho:

Mercado de fruta. Ponte Rosso, Trieste

       «En fiesta de gavilanes, mortandad de pollos….»

    El funcionario añadió para concluir:

     Los pollos, por supuesto, éramos nosotros…. Y también me explicó que la palabra “mortandad” no es de uso corriente en español. Que es una palabra culta. ¿Es cierto eso?

Yo le dije –-un poco por simpatía —   que sí, que era cierto. Aunque pensaba que era contradictorio que un dicho popular tuviera palabras no-populares.

Después de otras preguntas, el funcionario terminó su informe, recogió sus carpetas, no aceptó ni el café ni la jalea que le ofrecí. Y yo le comenté dentro del “più e del meno” que el próximo fin de semana íbamos a Austria.  Y entonces él, que ya se dirigía a la puerta se giró y me dijo:

    Tengan mucho cuidado por allá, ¡eso está lleno de extranjeros! 

Yo debo haber puesto una cara de asombro tal por lo absurdo de su recomendación que se vio obligado a explicar ulteriormente:

    …bueno, no sé si me entiende: ….de musulmanes…. Están por todas partes. Buona serata.

Y diciendo esto….se fue.

!!Les juro que,  hasta el día de hoy, me quedé sin saber cuántos extranjeros había en esta historia!!

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