La piel

Recién llegada a Trieste sólo tenía una amiga que era (es) triestina-austríaca. Un día murió una tía suya a quien ella quería mucho y le dejó bastantes cosas de su vida personal. Entre ellas, un equipo fotográfico bastante bueno (y algo caro) que, según mi amiga, ella solo usaba para fotografiar el altar de su iglesia en las fiestas religiosas memorables. “Qué desperdicio”, pensaba yo, que en esa época no tenía ni una mala cámara de teléfono.

Mi amiga, en un gesto de increíble generosidad o en un alarde de lectura del pensamiento quiso regalarme el equipo fotográfico diciéndome que yo sabría darle mejor uso. Y que pensaba que su tía desde el más allá estaría de acuerdo. Obviamente, lo interpreté como un impulso del momento y rechacé el costoso obsequio sugiriéndole que mejor buscara un curso de fotografía básica para aprender a usarlo.

Ella, un poco frustrada, pero (tal vez) aliviada, me dijo “pero entonces tienes que aceptar los cosméticos». La tía había dejado un montón de bases para la cara y polvos sueltos y compactos de muy buenas marcas, algunos todavía nuevos,  que mi amiga no quería botar. Ella no usaba estas cosas.

Yo la miré un poco más apenada que con la donación fallida del equipo fotográfico. Le dije un poco incómoda algo así como, “Ehhh… No creo que tu tía y yo tuviéramos el mismo color de piel. ¿No era ella austriaca?”

Mi amiga se rio bastante y me explicó. “Son exactamente de tu color. Mi tía quería ser morena y se compraba cosméticos para morena…”

Yo le dije que los aceptaría, porque no quería rechazar una oferta generosa por segunda vez. Cuando los recibí me quedé asombrada. Averigüé los precios de estos productos y todos costaban de 70 euros para arriba…!!!y eran de mi color de piel!!

Todavía me queda bastante de ese regalo. No uso tanto cosmético, no por principio, sino por flojera.

A veces cuando me arreglo especialmente me aplico unas pasadas de compacto “La Prairie” o una base  “Christian Dior” (solo usaba productos franceses) exactamente de mi color y pienso en los millones de motivos que tenemos diariamente para NO ser felices. Esta señora era infeliz por su piel. Quería ser morena… y dedicaba parte de su esfuerzo vital (y presupuesto) en lograrlo.

Decididamente, no es la piel la que tiene problemas, es la mente humana la que está muy, pero que muy mal diseñada.