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Obras ¿de misericordia?

Obras ¿de misericordia?

Mi hermanita y yo cuando estudiábamos catecismo nos aburríamos a muerte. Entonces cambiábamos de sitio ligeramente “los objetos espirituales” y el aburrimiento daba lugar a la risa.  Muy reprobable, lo sé.

Algo que nos divertía era encontrar una lista de verdades “inamovibles”, y pues eso, moverlas un poco. Por ejemplo, las llamadas “Obras de Misericordia”, de las cuales reproduzco 12 (son 14). Apuesto que muchas/muchos de ustedes, cristianos de nación, no saben de lo que hablo. Helas aquí:

  1. Visitar a los enfermos.
  2. Dar de comer al hambriento.
  3. Dar de beber al sediento.
  4. Dar posada al peregrino.
  5. Vestir al desnudo.
  6. Visitar a los presos.
  7. Enterrar a los difuntos.
  1. Enseñar al que no sabe.
  2. Dar buen consejo al que lo necesita.
  3. Corregir al que se equivoca.
  4. Perdonar al que nos ofende.
  5. Consolar al triste.

Puestas así son obviedades aburridas. Si en cambio las alteras un poco se obtiene el inicio de una historia absurda y disparatada, incluso terrorífica. En cualquier caso, todo, con tal de salir del tedio.

Por ejemplo, “visitar a los enfermos” nos parecía común, de bostezo; pero si vamos y visitamos al desnudo, (del número 5), puede ser interesante. Puede despertar expectativa, curiosidad, o repulsión, dependiendo del desnudo, claro. Por su parte, visitar al que no sabe, es decir, caerle de sorpresa podría generar situaciones divertidas también.  

“Dar de comer al hambriento”: la encontrábamos tan elemental que solo faltaba el “querido Watson”. Pero si te mueves un poco mas abajo con los alimentos y te planteas alimentar a los difuntos, por ejemplo, es diferente. Suena un poco complicado, pero resulta que fue y es una costumbre en algunas culturas. Igualmente  difícil era (pensábamos) tratar de darle de beber a un difunto, pero se puede intentar.

Darle de beber al que no sabe, sin embargo, nos parecía muy mala idea. El que no sabe beber  se pone llorón o belicoso o romanticón-baboso, y debe quedarse solo. Y sin beber.

En lo de dar posada nos preguntábamos por qué se habla solo de los peregrinos; nos parecía muy poco generoso, digno de cristianos de tercera categoría: hay que darle posada a todos los de la lista: a los enfermos, a los presos, a los difuntos que anden por ahí como almas en pena. En fin, hay que ser  creativo. No hay que limitarse a los peregrinos, que esos son escasos.

Con el vestir la cosa se calmaba, porque un buen vestido lo agradecen hasta los difuntos. Hay que presentarse bien el día del juicio final. Bueno, un vestido no dura tanto, pero la intención es lo que cuenta.

Pasábamos a lo de “enterrar” y la cosa se complicaba verdaderamente, porque no parecía justo poner bajo tierra al que no fuera “stricto sensu” difunto. Pero, nos preguntábamos, si se llegara el caso de ampliar la lista de los enterrados, a quién escogeríamos, ¿al peregrino? ¿al desnudo? ¿al que no sabe? Allí nos volvíamos compasivas y decidíamos que esa obra de misericordia estaba bien y era justa. Para enterrar a alguien hay que esperar a que sea difunto. No importa si ese alguien se equivoca, o nos ofende.

Tiempo después oímos hablar de la mafia y de las dictaduras que sí entierra a los que se equivocan o a los que los ofenden.

Pero de eso supimos mucho tiempo después. Cuando ya no nos daba risa alterar las obras de misericordia.

Amén.