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Huevos de cava y laurel de frasco

Hace muchos años, un querido miembro de la familia, —que tiene historias más  asombrosas que las mías— nos contó que una vez, estaba comprando un cartón de huevos en alguna bodega en Coro o cerca. Lo atiende una niña, casi adolescente y él, queriendo ser gracioso (como le ocurre a menudo),  le pregunta ¿pero estás segura de que los huevos son de gallina? y la chiquilla indignada le respondió: !estos no son  huevos de gallina.  Son huevos de cava! 

Esta anécdota nos hacía reír a menudo y pensar cómo era posible que en una zona casi rural, una adolescente pensara que los huevos se pueden producir en las cavas. Claro, la niña veía todos los días el camión-cava descargar los cartones de huevos en la bodega de sus padres, donde ella los ayudaba a vender. Durante años  interpreté esa respuesta como los errores de la educación en nuestro país, o el daño que la modernización ha introducido en la formación de los niños, bla, bla bla. Pero hace poco, la bora me hizo cambiar de idea sobre esta anécdota.

Hay sabores y olores que nos acompañan fielmente desde la infancia dándonos consuelo y compañía en tiempos malos. Para mi, uno de esos sabores es el del laurel. Aparte de aparecer mencionado en Los pollos de mi cazuela  (se le echa ajo y cebolla, hojitas de laurel), que pertenece a la colección de versos populares de mi infancia, es un condimento básico en la receta de mamá para marinar la mezcla de carnes picadas a mano  que se deja macerar por tres días antes de preparar las hallacas.

El asunto es –sin intención irónica— que no somos tierra de laureles. Es decir (siendo amables) que no se planta el laurel  en Venezuela; siempre se ha importado. Al comienzo venía en frascos pequeños de vidrio transparente, siempre un poco caro. Se unía a los otros lujos de la hallaca, nuestro plato navideño que es un derroche de productos caros, la mayoría importados: la uva pasa californiana (Sun Maid), las alcaparras y las aceitunas, españolas (La Torre del Oro) y así por el estilo.  Sea como sea, cuando alguien me ofrece una hallaca en Venezuela, inconscientemente en el primer bocadito paladeo buscando el sabor del laurel. Si no aparece…mmmm, digamos que no me sabe a la “verdadera” hallaca, que, vamos a estar claros, no existe sino como postulado teórico.

Cuando llegué a Trieste, y fui a aprovisionarme de mis condimentos favoritos: hierbas de Provenza, pimientas varias, laurel, romero, salvia y demás, no encontré el laurel de frasco. No lo conseguía al principio porque lo venden siempre fresco, en bolsitas transparentes pequeñas y muy caras. Y fresco, créanme,  es otra dimensión de aroma y sabor. Apareció, para nuestra fortuna (culinaria), un amigo que tiene un jardín y un frondoso árbol de laurel. Y claro, cada vez que vamos a su casa, me traigo el laurel fresco en abundancia. Tan es así, que me lo llevo a Venezuela y es el mejor laurel que he consumido.

Tenía ese aspecto de la vida resuelto ¡que no es poco tener algo resuelto en esta vida!

Hace 10 días tenemos un tiempo infernal. Se ha helado el muelle, la bora no ha cesado en su actividad y sólo se calma de vez en cuando y decide pasearse a 50 km por hora, porque lo que a ella le gusta son los 100 km y delira con 150 km.

Uno de esos 10 días  de tiempo inclemente estoy en mi habitación poniendo un poco de orden y decido abrir la ventana por unos minutos ¡para airearla! Mala idea. Muy, muy mala. Pero uno es de aquellos trópicos (!nada tristes, por cierto,  Levy Strauss!).  Abro la ventana, entonces,  y me entra un golpe de viento de tirar pa’ atrás. Pero no solo me hace tambalear y agarrarme fuerte de la ventana, sino que me lanza en la cara y en la habitación una ráfaga explosiva de hojas verdes. ¡Una verdadera bomba vegetal! Cierro velozmente, me aliso los pelos, me quito las hojas de encima, y comienzo a recoger las del suelo y

¡epa!

¡un momento! estas hojas las conozco,

¿What the f….?

¡SON HOJAS DE  LAUREL!!

¿Cómo es esto posible?

Cerebro enloquecido a millón:  Se derrumbó el mercado y ¿andan volando los condimentos?  Hace dos días vi pasar una maleta volando por los aires, así que si vuelan condimentos no es tan raro.

Y es cuando me caigo del caballo (mental) y veo la luz de la revelación como cuentan que la vio el apóstol San Pablo cuando se cayó del caballo (real). Miro los árboles a mi alrededor. Me pongo la chaqueta (porque algo he aprendido) y salgo corriendo a la calle…Miro la avenida y la veo por primera vez. Está flanqueada de lado y lado de laureles. En la fotografía lo pueden ver.

Hay pinos, y laureles y laureles, y más laureles. Lo que no es pino, es laurel.

  Las cercas !!!SON DE LAUREL!!!

La calle está alfombrada de hojas de laurel desprendidas por la bora.  !Los he tenido por un año y medio en las narices!  Y seguía buscando los frascos. O las bolsitas, o yendo a casa de nuestro amigo….Con  la misma estructura mental que la niña de los huevos de cava: el laurel viene en frascos.

!Las veces que habremos tenido los laureles enfrente  sin darnos cuenta!

He dicho que no somos tierra de laureles. Y lo mantengo.

Pero SÍ  hemos sido siempre tierra de contrabando. Con esta exuberancia de  laurel a mi alrededor, contrabandearlo sería no sólo fácil. Sería una forma de, por un lado obtener los ansiados laureles y por el otro, mantener nuestra identidad nacional.

¿Qué les parece la idea?

¿Quién se anota?