Melcocha

Hay razonamientos con los que uno no sabe qué hacer. Me recuerdan a la melcocha que uno hacía en casa: cuando vertías la melaza sobre la piedra luego no sabías por donde agarrarla para que no se derramara y, a la vez, para no quemarte las manos. No sé si tuvieron esa experiencia. Era un desastre que se puede trasladar mutatis mutandis a cosas que uno oye en la vida. Por ejemplo, mi hija y mi yerno hicieron un viaje en Venezuela hace años y el taxista estaba contando no sé cual barbaridad y como comentario final añadió:

«Es triste, pero lamentable…»

Oír una cosa así no te quema las manos como la melaza, pero te quema un poco de neuronas en donde sea que esté esa zona de la comprensión del lenguaje. Nunca vuelves a ser el mismo.

Otra vez, hace eones, (existían universidades en Venezuela y todo, ¡figúrense!) hubo un matricidio en Venezuela que fue muy comentado y a propósito del hecho se hicieron muchas entrevistas televisadas. Un hombre joven que no parecía muy instruido dio, palabras más o menos, la siguiente declaración:

«Es que a la madre no hay que matarla, mas bien hay que quererla…» Ahí se van otro poco de neuronas… No puedo olvidar esa frase que tiene algo podrido e insidioso dentro.

Pero la última, que no puedo dejar de comentar por lo atroz y desquiciado del asunto, es también un parri-matricidio que ocurrió recientemente en Italia. Sin ahondar en lo triste del hecho en sí, quiero comentar las declaraciones que dio el hijo a la policía (apareció hoy en el Huffinton Post de Italia) y que resumo porque es demasiado truculento:

“Estábamos en el corredor y caímos al suelo [en la pelea con el padre]. No sé si lo estrangulé de frente o de espalda; solo recuerdo que apreté [la cuerda] con fuerza…Me moví hacia la puerta y entró mi madre; yo tenía todavía la cuerda en la mano y se me ocurrió hacerle lo mismo a ella, sin siquiera saludarla»…

A este punto, ya con el cerebro fundido, casi amelcochado, se me ocurre como posibilidad que el Estrangulador de Londres haya escrito un Manual de Carreño (Carreño’s Manual for Stranglers) en el que se estipula que debes saludar antes de proceder con el macabro acto.

No sé. Hay mundos paralelos (¿para-lelos?) que se me escapan. Universos que no entiendo. Hasta una noticia espeluznante deja de hacerte efecto en este proceso de anestesia progresiva al que nos someten cada día.

Creo que voy a dedicar algunos días a hacer melcocha. Prefiero quemarme las manos a seguir perdiendo neuronas.

Como diría nuestro buen amigo taxista «todo es muy confuso pero incomprensible».