Ph.D: Permanent Head Damage

gallina

Hace unos días estuve en Madrid por una operación inesperada de mi hijo. Afortunadamente todo salió de la mejor manera posible.

Por la misma fecha mi hija entregó su tesis de PhD y nos reunimos los 4 miembros de la familia que estábamos juntos para celebrar todas las cosas buenas que habían pasado. Casualmente, la cuarta persona, una sobrina muy querida está también escribiendo su tesis doctoral y reflexionamos que sólo algunas  (inconscientes) mujeres de la familia se habían “embarcado” en esa empresa académica. Y yo pensaba justamente  que un PhD, fuera del ámbito académico o de investigación no te sirve de casi nada (siendo conservadores). Pienso en una amiga que obtuvo su PhD y un año después estaba al frente de un Bed and Breakfast (PHD / B & B) junto con su marido; y les va muy bien. Otra también lo obtuvo y casi acto seguido se hizo monja …. Mmmm. Uno está tentado de sacar conclusiones sobre por qué las mujeres son más fácilmente seducidas por las religiones y los doctorados.

Y me recordé de los momentos que siguieron a la obtención de mi propio PhD. Recuerdo que yo defendí mi tesis, la entregué un jueves y regresé desde Washington a mi casa en Venezuela un viernes por la tarde. Los chicos no estaban, y el empleado que tenía en esa época, que cuidaba la casa y hacía la jardinería me había esperado para saludarme y despedirse por el fin de semana.

Después de los saludos de rigor  y actualizaciones de las noticias me dijo como despidiéndose, ya en la puerta:

“acuérdese de las gallinas; comen dos veces al día y tienen que dormir adentro de la casita con malla porque hay muchos rabipelados rondando”.

 Y se fue.

En ese momento recordé que por correo electrónico, a través de mi hijo, yo había aprobado la compra de 10 gallinas ponedoras mientras estaba en la última impresión de mi tesis. La aprobé (la compra) porque no quería perder tiempo con discusiones rurales desde el corazón del imperio (Washington) e imprimiendo la vigesimoquinta versión definitiva. Yo quería mi grado; el jardinero quería sus 10 gallinas ponedoras. El deseo es libre.

En la mañana del sábado me desperté con esa sensación de tranquilidad extrema, de calma chicha que sigue a haber defendido una tesis. Miré por la ventana y vi que era un día de niebla cerrada como hacía tiempo no veía en el Valle de Mérida. Porque era una niebla que venía como de la tierra y lo cubría todo.

Ya estaba a punto del primer café cuando me acordé de las benditas gallinas. El pacto había sido que MUY excepcionalmente yo me encargaría de alimentarlas. Y esta era una de esas excepciones. Abandoné por el momento la idea del café y me vestí de impermeables varios, gorro y guantes de lana, botas de caucho para el agua y me dirigí con el tobo rojo del alimento en una mano y el amarillo en la otra para recoger los huevos. Era mi primer día como PhD y la cosa me dio risa. Pero como soy venezolana, y los venezolanos (y más aún las venezolanas) tenemos, que digo yo dos personalidades, sino hasta 3, 5, 7, según el caso, pues me dirigí a mi oficio post-doctoral, nada académico, hay que admitir.

Fui a la casita de las gallinas, les abrí la puerta y salieron a comer en medio de gran alboroto y aleteo. Se las arreglaron inmediatamente para regar todo el maíz del recipiente, y comieron en la tierra. Pero eso, según mi sabiduría pre-doctoral era bueno para las gallinas.

Mientras finalizaban su desastre recogí los huevos donde me había explicado el jardinero (siempre a través de mi hijo, siempre por Internet) que solían estar. Las aves comieron, bebieron y ahora debía encerrarlas de nuevo por aquello de los rabipelados (Didelphis marsupialis)  que atacan a las gallinas.

Eran 10 estúpidas gallinas y yo tenía un PhD. Aquello debía ser fácil, pensé. También pensé que ya antes de ese grado académico sabía contar hasta 10; en verdad desde kindergarten lo sabía.  Así que, en este caso, por lo menos, el grado no haría mucha diferencia. Excepto en la actitud tal vez.

Fui conduciendo a las estúpidas aves hacia la casita, pero la cuenta me daba 9. Cuando salieron eran 10. Ahora eran 9. Mmm. Busqué entre la niebla acordándome de aquella otra mujer de los gorilas (gallinas en la niebla) y nada. Volvía a la casita a comprobar…9. Volvía a la niebla: 0. En una de esas idas y venidas metí la pierna casi hasta la rodilla en un hueco del terreno, me doblé completamente hacia adelante y caí cuan larga (o corta, más bien) era sobre la grama blanda por la lluvia. No me rompí nada, casi ni me golpeé,  gracias al mucho abrigo y al suelo blando.  Y allí, a ras de tierra, en mi primer día de graduada, la vi. A la gallina. Estaba echando una siestecita debajo de una piedra chata y baja que formaba un refugio perfecto, pero que no se veía estando de pie. Me levanté de mi humillante posición, saqué a la estúpida ave de su ensueño matutino, y de muy malos modos (casi a patadas, en verdad) la eché dentro de la casita junto con las otras. Y me fui a casa, a algo tal vez más próximo al mundo académico: un capuchino.

¿La moraleja? Surge como tentación fácil pensar bíblicamente: tantas frases útiles que hay en ese libro… Por ejemplo:  “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”; pero no me cuadra totalmente. ¿Será que uno hace un PhD un poco para ensalzarse? ¿Es caerse en la niebla en busca de una gallina perdida una humillación? ¿Es que toda caída constituye una humillación? ¿Es la caída una condición suficiente pero no necesaria para la humillación?  ¿O es necesaria pero no suficiente?

Son todas preguntas para futuras investigaciones.

En verdad, la gallina que ni se enteró de nada sí  fue verdaderamente ensalsada, porque poco tiempo después, cuando dejó de poner, la en-salsamos.

Y después de comernosla, la ensalzamos ¡Y de qué manera!