Gelato

El viernes decidí ir donde Mirella a comprar una franela de manga larga para dormir ya que han refrescado mucho las noches triestinas. Hay que especificar que Mirella es una señora que mantiene un afluente negocio de venta de ropa asociada con unos chinos. El local está cerca de la estación Central de Ferrocarriles, y los precios que tiene son sencillamente increíbles. Mi franela, muy linda, verde manzana de algodón y spandex made in china (faltaría más) me costó 3,50 euros. Y me dio de obsequio (la “ñapa”/”yapa” china) una pulserita. Así como lo oyen…

Según mi mejor amiga triestina, todo el mundo en Trieste niega que compra donde Mirella, !pero todos compran! De hecho, allí ves a revendedores de Rumania y Eslovenia que vienen con sus maletones a aprovisionarse, pero también ves signore per bene (como yo, naturalmente).

Luego de comprar mi franela, y más contenta que el mismo chino del negocio (a quien no le vi bicicleta), decidí ir a pie hasta el centro, hasta Piazza Unità, desde donde se ve el hermoso Adriático, y tal vez llegarme hasta Palazzo Costanzi donde había una exhibición que se llama LaBORAtorio. En pocas palabras, era una muestra sobre La Bora, nombre de un viento muy fuerte que pasa por Trieste a menudo y hace desastres en el mar, en las calles, en los campos, en fin, donde puede. Allí aprendí, entre otras cosas,  que el nombre está relacionado con Boreas, el nombre que los antiguos griegos le daban al viento que venía del Norte.

Hete aquí que después de la exhibición que se veía rápido por lo pequeña, un demonio que habita en la región llamada VTA del cerebro,  empezó a susurrarme con dulce voz, como traída por una bora suave, o un céfiro, más bien, porque no hay “bora” suave:

                           gelaaaaaaaaatoooooo

                   gelaaaaaaaatoooooo   

A los demonios hay que prestarles atención a veces. Si no, se pueden molestar y causar muchos problemas. Así que decidí que ya que me había hecho tan buena caminata desde la casa hasta el centro, me merecía un buen helado. ¿Y adónde estamos viviendo?  En el país del gelato.

Así que salgo de la muestra y me dirijo hacia un sitio en Vía Ghega donde hay una excelente gelatería. La Zampolli, considerada la mejor en helados artesanales de Trieste. Pero apenas había empezado a caminar de regreso, me encuentro con OTRA buena gelatería.
En verdad no me gusta cuando hay poca gente en la heladería porque casi no te da tiempo de disfrutar de la primera fase del gelato: la vitrina. Pero sí tuve un poco de tiempo, así que exploro visualmente y  me decido:

Caffè Illy y Stracciatella. Due palline.  In coppetta. (Dos bolitas de Café Illy y Stracciatella en vasito)

El cono, que es una maravilla porque combina lo crujiente de la galleta con la dureza fría del gelato, tiene la desventaja de que impone cierta  prisa para evitar desastres. Por eso pedí copa. Para colmo de bendición, había un excelente sitio para sentarse ante una pequeña ventana con su poyo y sus cojines.  Perfección: gelato y contemplación; gelato y filosofía; socio-antropología y gelato.
El gelato hay que comerlo sentado, con lentitud y concentración. Saborear un gelato, no admite prisas ni competencia, excepto la del pensamiento puro. O más o menos puro, el gelato ni se entera. Existe en otro ámbito, en un mundo de perfección fría y gustosa que se entibia al calor de lengua y paladar y llega directo a la mansión del demonio: la VTA.

A cualquier gelatería de Italia llegan todos, tarde o temprano. Distintas edades, sexos, razas, religiones, todos sucumben ante la tentación. Mientras estaba en aquel estado de “gracia gelática”, desfilaron por allí grupos de adolescentes bailoteando al son de sus ipods, parejas de viejos súbitamente enternecidos ante un cono de frambuesa. Una madre paquistaní con su hijito en brazos que aprenderá cioccolato, fior di latte, vaniglia, ghianduia como sus primeras, dulcísimas palabras.
Una anciana entra y casi rompe mi propuesta del gelato como hecho vital incompatible con la prisa. Pide 20 palline di frutta para llevar. Y cuando la dependienta le pregunta por sabores, la vieja le responde con aire de fastidio que escoja ella “rápido”… Imaginé que era  una pobre abuela a la que le habían encasquetado  un montón de nietos por la tarde y no tenía más remedio que comprarles helado y ya estaba exhausta como para escoger sabores….Mmmmm, incomprensible, pero perdonable.

Después de la anciana es cuando llega el personaje de mi reflexión y mi anécdota. Es un hombre vestido deportivamente que con voz alta clara, PERO NO INTELIGIBLE, porque es tartamudo,  pide su selección de helado. La dependienta no vacila ni un momento y le entrega su pedido. El hombre se va. Pero me quedo pensando que yo sobrellevaría muy, pero muy mal un problema de habla. Si fuera YO la del problema, estemos claros. Si otro lo tiene, no me plantea rollo. Pero el tenerlo yo misma –pienso, en esa “reflexión gelática”, entre una y otra cucharadita–  me plantearía alguna timidez. Pienso que de tartamudear o gaguear para pedir algo, tal vez yo elegiría pasarle a la dependienta  una notita con mi pedido.

Estando en esta disquisición, !!!!se me acabó el helado!!!! Y en eso entra alguien a pedir una sola “pallina” de dos sabores. No sabía que ESO se podía hacer y el demonio dale de nuevo:

!!!! mooooore geeeelaaaatooooo !!!!

Esta vez habla en inglés (o algo así) como para distraerme de la culpa, así que me acerco al mostrador… “sólo a mirar”. Pero la dependienta, muy comedida ella, me ve y me pregunta: la signora desidera…. ? (qué desea la señora?)
“What the hell” pienso yo, en el verdadero sentido de la expresión. Es decir, le hago caso al diablo, y al infierno con el infierno (el sobrepeso, entendámonos).

Así que tratando de hablar lo más rápido para no detener la cola y para no arrepentirme hago mi pedido y….. !!! horror de horrores !!!, les juro que lo que salió de mi boca fue:
“ una paddina di amaddena e fdagola”, (una bodita de fdesa y cedeza)
cuando lo que había querido decir era, obviamente,

“una pallina di amarena e fragola”  (una bolita de fresa y cereza)

En cuestión de fracciones de segundo mi cerebro racional barajó diversas hipótesis: neuronas espejo, solidaridad humana, hasta un “castigo de dios” se medio asomó por allí. Pero no era nada de eso.  Se me había dormido (doddmido) la lengua por el helado que me acababa de comer tan lentamente…

La comessa me dirigió una mirada que podía haber tenido dos interpretaciones:

a) Povera signora, come fa fatica a parlare (!pobre señora, sí le cuesta hablar!)
b) Ma tutti gli handicappati toccano a me oggi? (¿hoy me tocan todos los minusválidos?)

Ninguna de las dos posibilidades me gustó.
La comessa al ver mi embarazo, que era real, me preguntó ¿cono?

    Y yo, para no arriesgarme ni abrí la boca. Moví la cabeza de arriba a abajo varias veces en lo que creo que es el signo gestual casi universal para decir que sí.
Después de un rato, ya por la calle, comiéndome mi cono de una bolita de fresa y “amarena” que ya no tenía ni tanta gracia pensaba:

Y si ella hubiera preguntado “mi ha detto una o due palline? (me pidió una o dos bolitas?)”   ¿qué le hubiera respondido yo?