
Hace unos días terminé unos deberes fastidiosos y me puse, como siempre, a arreglar el desastre que uno deja al terminar un trabajo: el vaso sin agua, la taza con restos de café reseco y cristalizado en el fondo, los libros abiertos esparcidos; los zuecos: uno debajo del sofá, el otro, quién sabe dónde, el teléfono ya descargado….
Y en eso miré por la ventana y vi que era esa hora en que la tarde se hace noche. Eso que en inglés se llama twilight con esa referencia directa a la doble calidad claro-oscura de la luz (twi=doble), y que nosotros llamamos ocaso.
Y me acordé, como me pasa a menudo, de que esta es la hora de don Andrés Bello y su poema La oración por todos.
Antes (perdonen) los niños aprendíamos poemas en la escuela. Las monjas de mi colegio de infancia nos premiaban especialmente cuando aprendíamos poemas «verdaderos». O, por lo menos, cuando hacíamos el intento (!el poema completo de Bello tiene sus buenos 270 versos!). Antes se creía que los niños podían hacer estas cosas como leer a Andrés Bello en tercer grado y aprenderse de memoria 30 versos.
Y así fue como se me quedó grabada para siempre la sensación de esta hora con algunos versos del poema. Y pienso que el ocaso es siempre un momento «del pensar profundo», de un ajuste de cuentas con el día, donde cesa “el trabajo afanador, y al mundo la sombra va a colgar su pabellón”.
Ese poema que invita a rezar como se hacía antes a la hora del Angelus es en sí mismo una oración. Y este recuerdo mío de esa hora y el pensar en el paso del tiempo y el conectarme con Bello que se conecta con la hija a quien le escribe un poema es, tal vez, otra plegaria. La plegaria de la continuidad humana. Un poco complicada. Pero cada quien reza como quiere.
O como puede.
Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino,
al soplo de la noche; y en el suelto
manto de la sutil neblina envuelto,
se ve temblar el viejo torreón.
¡Mira su ruedo de cambiante nácar
el occidente más y más angosta;
y enciende sobre el cerro de la costa
el astro de la tarde su fanal. Seguir leyendo Ve a rezar…