Líricas

Las palabras me han fascinado siempre. A veces puede ser muy fastidioso para mí misma. Me pasa como a aquel personaje apodado Boustrófedon (palabra fascinante) en Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante, también alelado con las palabras. De hecho, lo que me gusta (todavía) de esta novela es que es como una orgía del lenguaje. Les confieso que a menudo los vocablos o frases más triviales me lanzan no a su significado común sino a otros posibles y más divertidos. Otras veces, me proyectan hacia historias completas en fracciones de segundos. Como si mis áreas del lenguaje y mi corteza visual tuvieran más intimidad de la permitida. Como si mantuvieran una relación ilícita, pues. ¿Pero quién mide la longitud o intensidad de estas conexiones cerebrales y decide qué es lo normal? No ha llegado el día, menos mal.

Muchas veces la realidad misma no le ayuda a mi pobre cerebro a enseriarse. El otro día, por ejemplo, me llama una amiga por teléfono y entre los múltiples temas tocados le pregunto por su marido, quien sufre de dolores lumbares crónicos:

– ¿Y Roberto (no es su nombre real) como está? Pregunta inocente, tienen que admitir. Pero ella va y me responde con la siguiente perla:

– Pues te cuento que a Roberto le va muy bien con la lírica.

Ah diablo, –pensé yo. Y en segundos mi área visual me disparó un vídeo en tecnicolor en el que Roberto, tomado de la mano con otros y otras como él, vistiendo peplos y túnicas breves danzaban por prados y collados verdes, llevando unos liras y otros cítaras y todos calzando sandalias atadas hasta las rodillas y adornados con flores en los cabellos, como en una mala película de griegos o romanos.

Lo malo de esa imagen bucólica es que Roberto es un ser humano MUY peludo. Creo que sólo le faltan pelos en las palmas de las manos (no le he visto los pies). Las túnicas romanas o griegas no son su fuerte. Los romanos y los griegos se depilaban, pero Roberto NO. Por eso pensé en trujillano rajao ah diablo. Pero también pensé que si esas danzas y cantos le quitaban el dolor crónico, pues se le podía perdonar la pelambrera.

Repito que estos episodios me duran fracciones de segundo. Nadie nota nada de lo que pasa en mi loca corteza cerebral mientras ella por su cuenta hace estas maromas logo-eidéticas. Con decirles que hasta fama de seria tengo…

La cosa se encarriló pronto, porque mi amiga siguió explicando:

– Lástima que casi no se consigue la de 300 miligramos. Sólo la de 75.

Obviamente, hasta el cerebro más tonto se da cuenta de que mi amiga hablaba de un medicamento.

Después de varias consultas “gúglicas” averiguo que “Lyrica”, homófono de “lírica”, es el nombre que el laboratorio Pfizer le dio al compuesto químico “pregabalina”. Perdí considerable tiempo tratando de averiguar el motivo de ese nombre y no lo encontré. Sin embargo, sí me informa la página web correspondiente que el medicamento se usa –entre otras cosas– para aliviar el dolor crónico y la ansiedad. No está nada mal como nombre, teniendo en cuenta que la lírica como género poético expresaba el dolor y la ansiedad humanas.

Ni Safo, ni Alceo, ni Anacreonte ni Píndaro, los líricos mas viejos, deben haber hecho dinero con su lírica. Pfizer, que entre otros remedios milagrosos, también es dueña de Viagra, ya se ha embolsado millones con la Lyrica.

Al final pienso que es una lástima que Viagra ya existiera con ese nombre cuando inventaron la Lyrica. Puesto que su consumo les permite –supuestamente– a los hombres convertirse en leyendas y hasta transformarse en semidioses, hubieran podido llamarla Epyca.

Pfizer, Pfizer! ¡No sabes los millones que te estás perdiendo por no contratarme!

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