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Non ti fidare!

massimiliano
Maximiliano de Habsburgo

Nunca podré entender a Maximiliano. Me refiero a Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria, creador y primer habitante del Castello di Miramare en Trieste. Maximiliano abandonó una espléndida residencia con vista al mar para perseguir el sueño de ser Emperador de México, engañado por Napoleón III quien necesitaba un títere en el convulsionado México de la época para hacer de las suyas en el nuevo mundo (también).

Maximiliano era alto, rubio y se dejaba una mezcla de patilla-con-barba demasiado larga que le dan –a la luz de hoy– un extraño aspecto de perro afgano. Al parecer a muchas mujeres de la época les gustaba este aditamento piloso. El archiduque era popular en su entorno, pero más dado al dibujo, al arte, a la marinería, y a la recolección de mariposas que a las guerras.

Como emperador de México fracasó fatídicamente. Europa (Francia incluida) lo dejó solo en la lucha contra los republicanos comandados por Benito Juárez, y el 19 de junio de 1867 a las 6:40 lo fusilaron en México. Nunca volvió a su amado “Castello di Miramare” que había diseñado y cuidado en todo detalle junto a su amada Carlotta, ni al fabuloso parque adonde había hecho traer plantas de todo el mundo como dictaba su amor por la botánica. Maximiliano, quien en el fondo era un liberal y había ya realizado importantes reformas a favor del campesinado indígena murió gritando ¡Viva México!

Murió el archiduque de Austria el 19 de Junio en Santiago de Querétaro. Y su archienemigo, el presidente Juárez, desplazado por un tiempo y ahora ganador de la guerra, había ordenado embalsamar su cuerpo para repatriarlo.

Benito Juárez
Benito Juárez

Fue tal vez en una fecha como hoy (el proceso de embalsamado duró cuatro meses) que Juárez quiso ver el cadáver desnudo del trágico emperador de México antes de que lo vistieran con sus galas militares y lo embarcaran hacia su tierra natal. Nunca se habían visto en persona.

Dicen que a la medianoche, en el mayor de los secretos, Benito Juárez se presento en el Hospital de San Andrés en Ciudad de México, donde estaba el cuerpo embalsamado. Es conmovedor imaginar este encuentro entre dos antípodas físicas. El muy rubio, muy alto y muy peludo Maximiliano, quien siempre lo tuvo todo, y el minúsculo, lampiño, y oscuro indio zapoteca que había nacido en la pobreza y que a fuerza de subterfugios se había colado en la escuela de leyes, había obtenido su título de abogado con honores y había llegado a la presidencia de la república.

Pero el minúsculo indio (dicen que medía 1.40 m) estaba vivo y había vencido, y ahora miraba desde su altura (cualquiera que fuese) la momia del enemigo.

Este encuentro breve lo narró Agustín Rivera, historiador, muchos años después. La indiscreción sobre esta visita ultrasecreta había sido de uno de los acompañantes de Juárez quien se la narró a Rivera, quien, a su vez, no pudo aguantar las ganas de echar un buen cuento antes que cualquiera. ¡Ah, la magia de la narración!

Les remito a las palabras del historiador Rivera para describir la escena del encuentro:

Juárez se puso las manos por detrás, y algunos instantes estuvo mirando el cadáver sin pronunciar palabra y sin que se le notara dolor ni gozo; su rostro parecía de piedra. Luego con la mano derecha midió el cadáver desde la cabeza hasta los pies, y dijo: “era alto este hombre; pero no tenía buen cuerpo: tenía las piernas muy largas y desproporcionadas”. Y después de otros momentos de silencio, dijo: “no tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie”.

Dejo a cada cual las reflexiones sobre las palabras de Juárez.

Lo que sí digo es que cuando en la época se empezó a rumorar que Maximiliano había sido seducido por el proyecto de Napoleón III, circulaba una coplita popular que decía:

Massimiliano, non ti fidare. Torna al Castello di Miramare (Maximiliano, no hay que confiar; vuelve al Castillo de Miramar).

!Más le hubiera valido!

 

 

 

 

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