Silvio y Tommy en la máquina del tiempo

Tal vez mis coetáneos venezolanos recuerden la canción El Unicornio Azul de Silvio Rodríguez. De cuando los venezolanos y buena parte del mundo estaban de romance con Cuba y todo lo cubano…De cuando creíamos que algún día habría verdaderas elecciones en Cuba…

Para los que no vivieron la época rosada de estos caprichos, la canción iba así:

Mi unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo deje y desapareció.
cualquier información bien la voy a pagar.
las flores que dejó
no me han querido hablar.
…….

 Letra un poco críptica, hay que reconocer. Pero pasaba por poesía en la época en que Cuba estaba representada musicalmente por los dos cantores oficiales permitidos: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Uno blanco, el otro mulato. Uno (el blanco) difundía canciones etéreas, poéticas, el otro (el mulato),  terrenales. Hoy, mirando hacia atrás uno se avergüenza de tanto cliché aceptado y aplaudido. No es un juicio sobre la música, ojo, sino sobre la ingenuidad política de los venezolanos y de los otros.

Las malas lenguas cubanas, sin embargo, especulaban sobre el significado de la críptica canción unicórnica, y una de las interpretaciones más imaginativas cuenta que Silvio en esa época tenía un solo bluyín (único–rnio  /azul) y que una vez los lavó, los colgó a secar y se los robaron. La nostalgia no habla pues de sueños arcanos, ni de amistades perdidas, sino de un sueño cubano bastante común (y muy poco revolucionario) de la época: un par de bluyines.

Es probable que esto sea solo el chisme maligno de una población pobre, sin privilegios, sobre uno de los ricos y privilegiados de la revolución. O que sea  producto de ese horror al vacío informativo que padece el cerebro humano y que es el verdadero origen del rumor y del chisme. Al no haber suficiente información oficial (como pasa en los regímenes totalitaristas), se inventa, se rellena, se rumorea, se chismea.

Hace un par de días leí unas declaraciones de Tommy Hilfiger, marca que detesto, debo decir,  por las condiciones de pobreza en que este millonario mantuvo a sus empleados en Saipan.  A pesar de cretino, e inhumano, Hilfiger es considerado una autoridad en bluyines  y  declara que estos no deben lavarse nunca o casi nunca. De hecho, la tendencia, si se fijan en las tiendas, es venderlos no sólo rotos, descosidos y decolorados, sino también con las arrugas del uso ya hechas. “Sólo les falta la mierda en el culo”, como diría un cuñado mío, que era famoso por su tacto al expresarse.

Sobre la higiene versus fashion, informa el artículo:

texto bluyin

 Si Silvio llega a saber esto a tiempo, no los lava, si no los lava, no los deja desprotegidos en la cuerda de secar. Si no los deja, no se los roban y si no se los roban no compone la críptica canción que tanto gustó en su época y que a la luz de hoy es francamente prescindible.

Pero  no se puede viajar al pasado, por aquello de la posibilidad de las paradojas asociadas, como nos enseña todo sesudo/sesuda estudioso  de la física que haya dedicado tiempo a la cuestión de los viajes temporales.

Tampoco al futuro, nos advierten los mismos físicos aguafiestas. Pero nos queda el deseo, ese viaje atemporal que ni siquiera la física puede quitarnos.

El deseo, por ejemplo,  de que en el futuro nadie tenga como sueño un bluyín.

Y de que nadie se haga millonario a costa de la miseria o de los sueños de otros.

 

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