
Hoy una querida amiga venezolana-triestina nos comunicó al grupo de whatsapp una buena noticia. Tendrá un puesto fijo para su naciente negocio de café en el Mercato Coperto de Trieste. Y nos invitó para la fiesta de inauguración la semana entrante. Nos dice además la amiga que habrá un homenaje a Sara Davis, mujer anglo-triestina que murió en 1904 dejando dinero para la construcción de varias obras, entre las cuales ese mercado.
Y me vino a la mente que hace tiempo quería dedicarle unas líneas a esta mujer, benefactora de Trieste, cuya historia hay que perseguir con la lupa de Sherlock Holmes. Buscar información sobre ella es como caminar por la apartada, solitaria y empinada calle que le han dedicado en Trieste. Ni siquiera Google-Todopoderoso ayuda mucho en este caso, porque al parecer la generosa Sara siempre quiso permanecer en el anonimato, como tantas mujeres. En el anonimato ha permanecido, ¡y cómo! Con la colaboración de la desidia y la ingratitud humanas.
Por ejemplo, a través de otro blog (bastante anónimo también) me entero de que la Sra. Davis, cuando en el testamento dejó sus terrenos y su dinero a Trieste para diversas obras, pidió a cambio cosas modestas, como el mantenimiento de su tumba en el cementerio de Santa Anna, en la parte no católica. Hace un tiempo el gobierno italiano le escribió al gobierno inglés notificando que ya se había agotado el dinero para el mantenimiento de la tumba. Que no lo harían más… No hay palabras.
Pero retomemos el aliento positivo de la narración. La Sra. Davis en su época vivía impresionada por la situación de las mujeres vendedoras de vegetales y frutas que ejercían su trabajo a la intemperie en lo que se llamaba Piazza della Legna, hoy Piazza Goldoni. ‘Le venderigole’ como se les llamaba en triestino a estas vendedoras, a pesar de que le daban al sitio una atmósfera colorida que debió ser muy hermosa de observar, estaban expuestas al sol, a la lluvia, y sobre todo a los fuertes vientos huracanados (la famosa Bora de Trieste) para poder ganarse el sustento con la venta de sus productos. Fue así como el espíritu sensible de Sara decidió donar parte de su fortuna para la construcción de un sitio donde le venderigole trabajaran bajo techo. Al gobierno italiano, al parecer, la condición de estas mujeres le parecía normal, justa.
Si hay un sitio triestino por excelencia es este mercado. Me gusta ir de vez en cuando para oír hablar el dialecto local, para hablar con la gente en esa total indiferencia hacia el paso del tiempo que caracteriza a Trieste. Para perderme en la detallada descripción del cultivo y recolección del lattughino, esas delicadas y mínimas hojas de lechuga que hay que consumir ese mismo día antes de que se marchiten. La ‘venderigola’ de turno me explica en triestino cerrado cómo la condimenta ella y luego me vende a un precio irrisorio una cantidad considerable pero suficiente para que no sobre y se marchite.
Ahí, en el corazón de la triestinidad, es adonde va a instalarse nuestra valiente amiga venezolana bajo la protección (nunca mejor dicho!), bajo el techo de Sara Davis. Y nada menos que con un tema que los triestinos consideran de honor patrimonial: el café. Las venezolanas somos así: ¡vamos con todo!
¡Valentía se parece a tu nombre, Valentina!
Maravilloso y sencillo comentario, no sólo sobre la Sra. Davis sino de una Venezolana/Triestina emprendedora y valiente, sin dejar de un lado la importancia que se determina al edificar a las grandes «venderigolè».
Muchas gracias por su breve pero claro artículo.
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!Gracias por su lectura!
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