“Cuando estoy aquí sin hacer nada me da mucha tristeza”. Estas son palabras de Lorena Ramírez, campeona mexicana de ultramaratones.
Su equipo de carrera es elemental: unos huaraches o sandalias de material pobre como su pueblo, un vestido colorido de faralaos que ella misma se ha cosido, probablemente a mano. Y lo más importante, una determinación y una resistencia heredadas de sus antepasados.
Lorena pertenece a un grupo humano exiguo. Veo que su población alcanza apenas los 100.000 habitantes. Habla una lengua que va a desaparecer, aunque, con hablantes como ella, tal vez no muy pronto.
Rarámuri. Rarámuri. Palabra exótica como Lorena. La etnología los llama tarahumaras, pero ellos se autodenominan raramuri, y dicen que esta palabra traduce «pies ligeros» o «pies alados», lo que tal vez sin ellos saberlo los emparenta humanamente con Aquiles, el celerípede, el de los pies ligeros de la Ilíada. También ella es mitológica.
Lorena ha tenido una fama breve. Ha sorprendido al mundo ganando maratones que corre con sus sandalias precarias y su hermoso vestido. Pero esa fama no la ha sacado de su estrechez, de su penuria. Así de frívolos somos. También sabemos ser ligeros en este lado del mundo.
Los medios han difundido unas cuantas fotos extraordinarias de sus faldas volando al viento entre dos riscos; fotos de ella y de Mario, su hermano, entrenador y traductor –porque Lorena apenas habla español– sentados muy juntos como protegiéndose de una extinción pendiente. Fotos de sus manos hacendosas pero tal vez ya fatigadas sosteniendo sus huaraches con los que vuela por los cañones de su Chihuahua natal; fotos de una habitación precaria en una mínima vivienda de ladrillos rústicos que comparte con su hermano, cuñada y sobrinos; fotos de sus faldas secándose al viento. Fotos, fotos, fotos.
Últimamente, cuando estoy sin hacer nada, también me invade la tristeza y me viene a la mente Lorena, sus manos hacendosas y sus pies alados y algo encuentro para hacer.
Aunque sea teclear estas palabras para que ella sea conocida. O para que encontremos algún consuelo en el quehacer cotidiano.
Porque nuestra vida, al lado de la de Lorena y su pueblo, es un paseo.