
En Cabimbú, a dos mil metros sobre Los Andes, no se da el maíz. O mejor dicho, se da. Pero es pobre. Las mazorcas no son muy grandes y los granos, enclenques, salen unos amarillos y otros morados. Como del color de los pensamientos, esa flor humilde.
A nadie le gusta ese maíz. A nadie le gusta comer arepa morada. Ese maíz solo sirve para los cerdos, y para que las niñas hagan muñecas con las tusas, y las hojas, y las barbas. La hoja seca también se usa para reanimar el fuego en la mañana. Cuando se desentierra el fogón, se sacan las brasas rojas que están durmiendo debajo de las cenizas blancas y se les acerca unas hojas secas de maíz. El fuego agazapado en la brasa desde el día anterior entonces salta para devorar la hoja y el día recomienza. El día se abre.
Pero para comer, para la arepa, que casi siempre es de trigo, pero a veces de maíz, se compra el grano en la tierra llana.
Victoria cuida el maíz. Desde que lo hierven con la ceniza en el patio en las enormes pailas para quitarle la cáscara, hasta que se lava en el río para retirar la ceniza y dejarlo limpio para la molienda.
Victoria casi no habla. Es fuerte, musculosa. Y a veces sonríe sola, como en sueños. Se peina el pelo en una larga trenza que deshace todos los sábados para lavarse la cabeza. Luego se tiende en la hierba, que allí en la montaña es corta y apretada como un colchón musgoso, con todo el pelo extendido alrededor como una corona negra que se va secando y esponjando. Antes de se seque por completo lo trenza de nuevo. A veces se hace dos criznejas que se unen a ambos lados de las orejas con cintas desvaídas, del color del humo y que se funden con su pelo. A veces dispone el cabello indomable en una sola trenza que le llega hasta el comienzo de las nalgas y que se balancea cuando camina. Y así hasta el otro sábado.
Cuando cuida el maíz, Victoria entrecierra los ojos para que no le llegue el humo y el vapor de ceniza y lejía. Entrecierra los ojos y retira la cabeza hacia atrás y así permanece como una estatua de carne. En este momento con los ojos cerrados, Victoria es casi bella. Los muchachos del campo la llaman Vitrola porque es bizca de un ojo.
Victoria vigila que todo el maíz haya soltado la concha. Los muchachos mayores vienen a ayudarla. Con una pala van sacando de la paila la mezcla de salvado, ceniza y grano y la echan en un costal ralo de fique, de huecos pequeños. El costal no se llena hasta arriba para que la cascarilla se expulse bien y el maíz quede limpio. Cosen la boca de los costales con aguja espartera y cuerda fuerte. Tienen que quedar bien cosidos, porque si se revientan las costuras, el maíz, todo el viaje a la tierra llana y el trabajo se pierden. Por eso lo hacen los hombres, para que las costuras sean fuertes. Si se rompen los sacos es culpa de ellos.
Las chicas van al río con Victoria arrastrando los costales. Van a la parte menos profunda donde el fondo es de piedra. Los costales están casi sumergidos y de ellos comienza a manar como leche fresca la blancura de la ceniza y de la cascarilla. Victoria y las otras chicas se montan sobre los sacos de grano y comienzan a saltarles encima con ritmo acompasado. Todas tienen los pies fuertes y descalzos y se levantan las faldas para no mojarse. La falda de Victoria tiene flores rojas y verdes sobre fondo negro. Su camisa es blanca y sus trenzas vuelan. Las risas se oyen por toda la vega. !Las muchachas están lavando el maíz!
Los muchachos entonces corren y se esconden entre el trigo para mirarlas. Los golpes de los pies sobre el grano mojado se hacen más veloces, las faldas se levantan más arriba, las trenzas ya están sueltas por los aires y las camisas, también humedecidas, marcan las apretadas carnes.
El trigo se agita y Victoria sabe lo que está pasando entre el trigo. Su primo se lo ha contado; y recordándolo, se ríe y salta cada vez más alto y se sube más las faldas. Hasta que desde el trigal se empiezan a oír los gritos entrecortados llamándola !Victoria! !Victoria! !Victoriaaaa!
En ese momento de temblor del trigo, de aguas blancas y maíz limpio, Victoria se siente la mujer más bella sobre la tierra.
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