Un viaje particular. Parte 1: Un tal «Ivancito»

Bueno, dear people, ¡feliz año! y todas esas cosas buenas que se dicen. La verdad es que les debo hasta la camisa… desde el ultimo post fui y vine dos veces de Trieste a Venezuela y estoy de nuevo en Trieste.

Como en cada viaje tomo apuntes sobre cosas que me llaman la atención, saqué el baúl de las notas y me encontré con mi vuelo Mqt-Roma-Trst de Octubre, !hace ya tanto tiempo! … Y decidí arrancar desde allí por lo que van a leer….

Pues no me van a creer pero el viaje de Karmitalia ¡estaba retrasado por un problema en un ala! La sala de espera de la puerta 5 estaba llena a más no poder. Como “de un momento a otro” arreglarían el desperfecto del avión TODOS los pasajeros estábamos allí compitiendo por los asientos.

La sala 5 parecía una plaza o un mercado en Jerusalén porque allí había representantes de un «bojote» de religiones. Al menos las tres de los libros (Biblia, Corán y Talmud) estaban allí representadas ostensivamente. Había varias familias musulmanas con sus hijabs, y chilabas, había parejas de jóvenes matrimonios judíos hasídicos, ellos con ricitos y sombrero y ellas con modosos vestidos, había sacerdotes católicos con hábito y cruces y monjas con su tocas,  dos de ellas en sillas de ruedas.

Literalmente: ¡Oh my Gods!

El avión tenía un problema de ala. No de Alá, entiéndase, sino de una de las alas. A lo lejos, a través de los cristales se veían unos trabajadores desganados y cariacontecidos que bajo el avión miraban hacia arriba en muda desesperación y tal vez rezaban ¡ala! ¡ala!  En cambio, a mi lado, el de la chilaba murmuraba !Alá, Alá!  Y así entre Alá, alas y alerones  también se oían los mensajes de nuestros inefables trabajadores de tierra:

  • que no desesperáramos,
  • que todo se arreglaría pronto,
  • que ya venía el personal técnico de AIR FRANCE a echar una mano con el ala.

Bueno, pensé yo filosóficamente, tal vez los franceses, que son grandes expertos en “el golpe de ala” logren arreglar el asunto. También recordé el chiste del tuerto que guiaba al cieguito y me dije ¡ahora si que llegamos!

Mientras dejábamos a franceses y locales con sus problemas, la cosa también se caldeaba en la sala 5. Todos nos manteníamos más o menos calmos pero había una familia musulmana con tres niños que nos mantuvieron al borde de la desesperación. Bueno, ehhhh, en fin…. ME mantuvieron… El resto parecía tomarlo bastante bien:  he aquí una de las ventajas de ser religioso, ergo, la desventaja de no serlo.

La familia eran una madre velada con hijab y con un bebé,  un padre que se ponía y se quitaba su chilaba dependiendo de cuánto lo hacían correr sus hijos Ahmud (5 años) y Parveen (niña: 4 años).  Ahmud se divertía como podía, haciendo por supuesto todo lo prohibido que se le venía a su endiablada mentecita. Parveen lo seguía en todo,  muy musulmanamente, ella. Ahmud quería, por ejemplo, robarse una silla de ruedas para darle un paseíto a Parveen. El padre corría a tiempo para quitarlos de las sillas de ruedas, que, además, eran de las monjas. ¡Válgame el cielo!  Ahmud trataba de escaparse a las escaleras mecánicas para lanzar a Parveen y ver qué pasaba. Ahmud trataba de sustraer golosinas en los puestos para, por supuesto,  compartirlos con Parveen. Los gritos del buen señor de la chilaba eran desesperados:

!Ahmud!, !Ahmuud!, !Ahmuuuuud! 

Esto era cada 3 minutos. La madre de Ahmud miraba todo beatíficamente tratando de mantener tranquilo al tercer bebé que era de pecho. O de tetero. En fin, había que tenerlo en brazos. Así que le tocaba al padre ir a buscar a Ahmud y su fiel partidaria. El único momento en que estaban calmados era cuando el padre los recuperaba y teniéndolos fuertemente agarrados por la mano los devolvía a la dichosa sala 5. En una de esas, Ahmud, en un rapto inexplicable agarra a golpes a Parveen y la tira al suelo. Alboroto general. Algunas señoras protegieron a Parveen y el padre vino a recuperar a Ahmud para castigarlo.  El padre llevó a Parveen con su madre y en poco rato se durmió (Parveen, no el padre). Ahmud se dedicó entonces a recorrer la sala con cara sombría. Se había llevado unas palmadas y ahora no tenía con quien jugar.

Entonces comienza la parte espeluznante ¡solo para mi!: El pequeño Ahmud inventa otro juego; comienza a marchar militarmente, es un soldado. Mira fijamente al frente y marca el paso con ritmo. De vez en cuando se detiene ante alguno de los pasajeros y le hace un saludo militar. ¡Cada pasajero ante quien Ahmud se detiene,  ¡se ríe! … ¡y le responde!  Y él sigue marchando, se detiene, se cuadra, saluda. El pasajero de turno se cuadra y le devuelve el saludo. Hay algo escalofriante en este juego. Cuando ya ha recibido bastantes saludos, se lleva una granada imaginaria a la boca, la desarma y la lanza hacia los aviones que se ven por los cristales, !shhhpuuuum! murmura por lo bajo. Otra marcha, otra granada y !shhh puuum!. Más marcha, más granadas… shhh puuum. Nadie observa al pequeño artillero en potencia. Estamos ahora ocupados en abordar, una vez resuelto el problema.

Comienzo a examinar bien la familia: viajan vestidos hasta los dientes. Y comienzo a elucubrar:  ¿estarán armados también? La madre lleva además de sus velos un cochecito de bebé cargado hasta el tope. Ya estamos en el último chequeo, yo me quedo entre los últimos porque quiero ver si registran apropiadamente a la familia musulmana. ¡Noooo! ¡Qué va! Todos están hartos de Ahmud y Parveen. Y de los gritos suplicantes del padre y de la sonrisa resignada de la madre. Los pasan de primeros. No los registran, ni siquiera el cochecito por supuesto. Pienso que esa familia es el esquema perfecto. Siendo musulmanes, se lleva mucha ropa, y con bebés se llevan muchas cosas, teteros, bolsos, bolsitos, bolsones, medicinas….

No las tengo todas conmigo cuando me monto en el avión casi de última.

¡Ay, 11 de septiembre, cuánto mal sigues haciendo!

(to be continued)

Próximamente, en parte 2: El caballero de Malta

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