
Curioseando sobre personajes famosos y su relación con Trieste me releí el desconocido librito “La Conjura de Trieste” de Julio Verne. Sí, señores y señoras, Julio Verne estuvo en Trieste. Y como una cosa lleva a la otra, caí en los artículos sobre Winckelmann, el fundador de la arqueología moderna y los estudios clásicos. Y leyendo sobre su asesinato en Trieste, en un hotel de Piazza Unità, caí en otro artículo sobre el primer viaje ¡de Freud! a Trieste. Y me entero de que un muy joven Sigmund Freud (21 años) en 1876 se había ganado una beca de su país para venir a Trieste al Instituto de Biología Marina a resolver lo que hasta entonces era un misterio: el sexo de las anguilas. Porque los investigadores no habían logrado establecer dónde tenían los testículos las anguilas macho.
En medio de su investigación él le escribía cartas a su amigo Silberstein donde, entre otras cosas, le confesaba sus turbaciones sexuales (¿inspirado por el tema de las anguilas?) en Trieste. Podría ser que el buen Segismundo hubiera perdido su virginidad en Trieste, seducido por “la sensualidad” de la mujer italiana.
Volviendo a las anguilas, Freud escribió también en Trieste su primer artículo científico titulado “Observaciones sobre la configuración y estructura fina de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos”. Para proponer alguna conclusión y justificar la beca había disecado unas 400 anguilas buscando los órganos sexuales masculinos. Pero en vano. Los testículos nunca aparecieron y Segismundo se regresó a su país y cambió de ramo.
Creo que he mencionado en otros artículos mi poco aprecio por el psicoanálisis, clasificado acertadamente como pseudociencia. El psicoanálisis —que se niega a morir porque al parecer no hay algo mejor— es un ejemplo de “much ado about nothing”: muchísimo ruido y muy pocas nueces. Y donde hay menos nueces en esa montaña de elucubraciones es en el análisis que hace de “lo femenino”. La envidia del pene —que una amiga mía de cabellera indomable llamaba jocosamente “la envidia del peine—, me pareció siempre una propuesta tan infantil que nunca entendí como la gente seria la podía aceptar sin chistar. ¿Envidia de un salario equiparable al de los hombres? Síiii. ¿Envidia del respeto que merece el cuerpo masculino en general? También. Y así otras envidias sobre privilegios que las sociedades han asignado al mero azar de nacer hombre. Pero por el pene en cuanto pene? I don’t think so.
Entonces Freud nunca descubrió el secreto de la sexualidad de las anguilas. Para encontrar ejemplares de machos debió haber ido al Mar de los Sargazos como se sabe hoy. Además, como hay un acusado dimorfismo sexual entre machos y hembras, las hembras son de gran tamaño en comparación con los machos (cosa que Segismundo ignoraba). En un blog llamado “La biología estupenda”, el autor sugiere que muy probablemente Freud escogió los ejemplares más grandes para examinarlos. Es decir, que posiblemente disecó 400 hembras creyendo que eran machos. No encontró los anhelados testículos. Quién sabe por qué. Misterios de la ciencia.
Acto seguido se regresó a su patria y comenzó a hablar de castración, complejos de Edipo, envidias del pene, deseos reprimidos, pulsiones de muerte y otras alucinaciones . Su frustración debe haber sido inmensa porque el follón ideológico que montó perdura todavía.
Trieste fue testigo inocente de estas confusiones. Como anécdota, sin embargo, es muy alegórica. ¿Qué mejor gestación del psicoanálisis?
¿Qué mejor símbolo fálico que una anguila…hembra?
¡Perro! Freud andaba perdidísimo.
Bien interesante lo que compartes sobre Trieste. Me quedé intrigada por leer más incluyendo al maestro Verne.
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