#historiasdeviajes Desierto

Me adormezco en el asiento de ventanilla por un buen rato. Siempre me ocurre antes de despegar el avión. Pasa tanto tiempo desde que tomas asiento hasta que despegas que da tiempo de una siesta. Me despierto ya en el aire. El vuelo va casi vacío como en esta época de contagios. Sentado con un asiento de por medio hay un hombre. No habla. Mantiene los ojos cerrados y mueve suavemente la boca como rezando. Me desentiendo. Cabeceo de nuevo. Se me agolpa de repente toda la soledad de este viaje. Me digo sin convicción que no volveré a viajar sola. No me lo creo.

Despierto cuando oigo la voz de la azafata tratando de ofrecerle algo a mi compañero de fila. Él la mira sobresaltado. No entiende. Con movimientos enérgicos de la mano hace gestos de negación. No quiere nada. Yo me muero de sed y pido una cerveza. Mientras la mujer me la sirve me arrepiento.

La azafata abre la mesilla que queda entre el hombre y yo y deposita graciosamente la cerveza con su vaso y su servilleta y sigue su ronda. La cerveza queda allí en la mesita del medio, entre el hombre que, a deducir de su vestimenta es musulmán, y yo. El hombre ha cerrado nuevamente los ojos y yo alargo la mano lentamente para agarrar la cerveza. Abro mi mesilla y cierro la del medio. Levanto el anillo de la lata muy lentamente para que el gas que se escape haga el menor ruido posible. Limpio el borde de la lata con la servilleta varias veces para tomar directamente de ella sin usar el vaso. No sé por qué, pero no quiero difundir el olor a alcohol. La voy tomando lentamente y sin mucho placer. Vuelvo a dormirme, esta vez profundamente.

Me despierta la voz que anuncia el aterrizaje en unos minutos. Miro a mi alrededor y la lata, el vaso y la servilleta ya no están. Y la mesilla está ya plegada de nuevo en su lugar. Miro de reojo a mi compañero de fila, que ahora tiene los ojos abiertos, pero mirando hacia delante con fijeza. ¿Habrá sido él quien ha acomodado mi mesilla? No creo. Seguramente el sobrecargo.

Aterrizamos. El hombre sale antes que yo. Me conmueven su soledad y su esfuerzo para moverse en un mundo tan distinto al suyo. Lo miro caminar delante de mi guardando las distancias y lo imagino en un desierto.

Ya en tierra, hacemos una fila educada y distante y nos van midiendo la temperatura rápidamente. Hay una sola puerta de salida de inmigración porque las demás han sido clausuradas. El hombre traspone el umbral y yo le sigo. No hay otra ruta. Detrás de la barrera de protección que separa a los que llegan de los que esperan hay una docena de personas que lo aguardan. Hombres adustos como él y mujeres tocadas con pañuelos coloridos. De repente, como un avión que alza el vuelo, desde el grupo de mujeres que lo han reconocido se levanta un vocerío, un ulular agudo, penetrante y alegre de bienvenida. El hombre se detiene por un momento, cierra los ojos para disfrutar ese homenaje sonoro y, por un momento, se transforma. Ha salido del desierto. Ha llegado a casa.

 

#historiasdeviajes