Regreso a Trieste y a Internet. Estuve fuera 5 días y mi marido me recibe con las noticias locales e internacionales que dejé de leer. La de Venezuela parece local por lo loca.
«¿Sabias que Venezuela cambia de nuevo la hora?»
Y yo le digo, “no lo creo porque no pueden corregir a Chávez». Porque para los chavistas fundamentalistas (que es casi la única forma de serlo) eso NO se hace.
Y apostamos. Yo proponía que seguro alguno de esos mercachifles de ideas a los que el chavismo paga tan bien habría venido con otra extra-vagancia a proponer una hora MÁS revolucionaria que la que había impuesto el difunto presidente. Una hora feliz, una hora mágica que permitiera la lluvia de café en el campo, llenar las mesas del venezolano, la desaparición del hampa y otras fantasías.
Mi marido, con menos apasionamiento decía que tenían que volver a la anterior porque en materia de husos horarios no había mucho para donde coger y que la tierra siempre giraría de oeste a este aunque las revoluciones se opusieran.
Abrí los diarios de hoy y me di cuenta de que había perdido la apuesta. !SE VUELVE A LA HORA ANTERIOR!… Menos mal que siempre apuesto cosas que vamos a compartir: una cerveza, por ejemplo.
Pero luego me embargó la tristeza, para usar una expresión hecha, que para eso están. Y pensé en el tiempo, “el implacable, el que pasó”, el que “sólo un recuerdo triste nos dejó” para ponerlo en la boca cubana del ya no tan famoso Pablo Milanés.
Y se me ocurre el suicidio anímico de ir a las fuentes. Voy al video de YouTube donde están los minutos decisivos de nuestro cambio del tiempo en 2007, del cambio de la hora, en mala hora. Y veo a un Chávez en el apogeo de nuestra fortuna, ahora dilapidada, explicando hacia dónde se deben mover las manecillas del reloj, confundiéndose o fingiendo confundirse, que no sé cuál de las dos cosas es peor en un gobernante, si la ignorancia o el engaño, y lo veo preguntándole al que sí sabe, a Adán, cómo es la cosa; y veo a Adán explicar que ahora a las 7 (que en un futuro próximo pluscuamperfecto no serán las 7 sino, !oh, maravilla! las 7:30), en Venezuela el sol estará en su cenit…
¡Cosa más grande! diría Nicolás con acento habanero (Nicolás Copérnico, por supuesto).
Nunca sabremos, porque no quedaron estudios de seguimiento sobre los resultados de la satisfacción de los caprichos del militar que eligieron como presidente, nunca sabremos, repito, si salieron ganando los escolares venezolanos que pudieron descansar media hora más o el hampa, para quien oscureció media hora antes…
Lo que sí sé es que hace mucho rato en Venezuela nos enemistamos con el tiempo. Como el Sombrerero Loco de Alice in Wonderland. Tal vez porque los intentos de gobernar en el pasado reciente o remoto como quieran llamar a estos 17 años, no han sido otra cosa que matar el tiempo, y nadie, menos el tiempo, quiere que lo maten.
Lincharon el tiempo cambiando el nombre del país, de los estados, de los ministerios, cambiando la hora, la bandera, el escudo, la cara de Bolívar, la constitución, el Padrenuestro, el nombre de la moneda y ¡su valor! Los nombres de las plazas, de las fiestas patrias… y un largo etcétera.
Ahora, ya no trabajaremos los viernes. Hay que seguir matando el tiempo o perdiéndolo: cualquiera de estas dos generosas opciones tenemos, porque somos un país libre.
Si hay algo que ha demostrado esta “revolución” es su olímpico desprecio por el tiempo, como lo evidenciaban la longitud de las cadenas presidenciales y el deseo de perdurar en el poder del ex presidente y sus herederos.
El país se llenó de sombrereros locos con un reloj inútil que marca siempre la misma hora. O tal vez ninguna.
!Hemos logrado la eternidad!
ps: Sólo para masoquistas: