Man-zana in corpore sano

Alan TuringOí hablar por primera vez de Alan Turing cuando leía Syntactic Structures de Noam Chomsky, el librito de 119 páginas que revolucionó la lingüística de la época y que era (ya no es, todo pasa) la primera lectura obligada de cualquier programa de Masters en Lingüística en los EEUU a finales de los años 70.

Al ver este libro mínimo como casi única lectura de mi primer curso de Sintaxis me dije estúpidamente “!qué papaya!» que es una expresión venezolana para definir algo que es absolutamente fácil.

Nada más lejos de la realidad. El librito de 119 páginas, la mitad de las cuales eran notas (costumbre fastidiosísima del autor) era lo más parecido a un hronir, esos objetos cuasi-extraterrestres que menciona Borges en su cuento fantástico Tlön Uqbar Orbis Tertius. Estos objetos, provenientes de un mundo fantástico eran pequeños pero de una densidad y peso que escapaban a las leyes de la física terrestre. Pues en este «hronir» que era el libro de Chomsky me tropecé con Alan Turing cuando Chomsky propone que las lenguas no pueden ser descritas como máquinas de estados finitos (ni siquiera la de Turing), ni como procesos de Markov, ni por el esquema de constituyentes inmediatos sino a través del modelo que él proponía llamado Transformational Generative Grammar (TGG). Dejemos el recuerdo sintáctico hasta aquí.

Cuando tuve que ir a leer sobre Turing (para poder entender un solo párrafo del libro de Chomsky) y su famosa máquina, me encontré con que estas máquinas no son objetos reales sino teóricos, es decir, que provenian de Tlön (jejeje); pero también me enteré (en bibliotecas reales, porque NO había virtuales todavía) de que Turing había sido genial. Su trabajo como descifrador de códigos fue esencial para que los aliados ganaran la II Guerra Mundial. Es universalmente aceptado que sentó las bases para la computación moderna y la inteligencia artificial, lo que me permite hoy, aniversario de su trágico fin, consultar sobre su muerte en una biblioteca virtual. ¿No es fabuloso? Como entrar en una máquina de Turing multidimensional…

Alan Turing murió a los 41 años a consecuencia (indirecta) de su homosexualidad. Habiendo sido condenado por homosexual en 1952, aceptó, para no ir a la cárcel, someterse a una terapia hormonal que lo sumió en una confusión tal que terminó por suicidarse comiéndose una manzana envenenada con cianuro.

Una muerte digna de un personaje de fantasía cuyo código queda aún por descifrar y sobre la cual (probablemente, es una de las interpretaciones) montó Steve Jobs su logo de Apple: la manzana medio mordida, que, por otra parte, ya era símbolo del Árbol del Conocimiento bíblico, cuyo mordisco inducido por Eva, nos hizo perder el edén.

Tal vez la misma manzana, el mismo fruto del conocimiento nos haya hecho ganar la Nube y ahí estamos.

Un mínimo paso hacia la recuperación del paraíso…virtual.