Cuando estoy en Trieste delante de un plato de arroz negro, o Basmati, o arroz salvaje, o arroz rojo, o cualquier otro arroz, recuerdo siempre la expresión venezolana como arroz o como arroz picao. Estas dos frases se usaban para expresar que había algo en exceso, en demasía, con exageración. Por ejemplo: «En el concierto había gente como arroz». Por supuesto, era un dicho de cuando había arroz en la mesa del venezolano.
Hoy, en mi noveno día en Mérida, Venezuela, y como la mayoría de los venezolanos que no pertenecemos a la élite del gobierno «socialista», debo hacer mi correría en la diaria persecución de los alimentos. Esta vez les toca a los perros y gatos de los que tenemos dos y cuatro respectivamente. Me informa mi sobrino que el mes pasado habían tenido que darles a estos pobres animales un alimento que se llama monogástrico o tal vez mono-gástrico, no recuerdo, y que en verdad es ¡para cerdos! Pero que según una veterinaria amiga nuestra NO era nocivo para los perros. Para los gatos no se sabía… Pronto se supo… y es mejor no dar detalles. Aclaro, sin embargo, que los animales (todos) siguen vivos y coleando.
Me dirijo hacia la tienda de siempre, pero en el camino me encuentro con una cola humana incipiente. Ya he aprendido que esta «cola» en Venezuela significa la llegada (o sospecha) de cualquier producto hasta ese momento inexistente. Brevemente interrogo a un cola-formante en un estilo muy venezolano de estos tiempos:
— ¿Qué llegó?
— Arroz
— ¿Es por número de cédula?
— No. Sólo tiene que hacer la cola y esperar que la hagan entrar. Lleve el dinero efectivo en la mano.
Hay ocho personas delante de mi, y hace días no comemos arroz, alimento que, como se sabe, es básico en la mesa del venezolano. Es una oportunidad de oro, me digo y egoístamente olvido a mis cuadrúpedos y pienso en los bípedos de casa.
Me sumo a la cola inmediatamente. Y en buena hora. En menos de medio minuto ya hay ocho personas detrás de mi. Inmediatamente detrás y pegadísimo de mi cuerpo, en el mejor estilo «cola» hay un hombre que le grita sus preguntas e inquietudes al coordinador de la venta del arroz que está —como cabe suponerse— detrás de una reja. En verdad le grita al hombre, pero sobre todo me grita a mí en el tímpano derecho, directa y dolorosamente.
— Amigooooooo, a cuánto llegó el arrooooz?
— Oigaamigoooo, es arroz vaporizado o del normaaaal?
— Amigooo, puedo pagar con tarjeta de débito, o es en efectivoooo?
Cuando ya tenía yo la oreja caliente, pero sin atreverme a hacer ningún movimiento ni a protestar escucho que el hombre baja la voz hasta casi el susurro y me dice: No se mueva señora, por favor.
¡SANTOS CIELOS! ¡ME ESTÁN ASALTANDO! pienso yo (a gritos). ¡Y a pleno sol ! !Y en plena cola! El corazón se me agita pensando en que estúpidamente me traje mi teléfono nuevo (regalo de cumpleaños), porque quería sacar unas fotos.
Pero advierto que el hombre ha dicho por favor. Giro la cabeza levemente y le pregunto ¿Qué le pasa? Y el hombre me responde:
«Que no se mueva, por favor. Es que estaba sacando la cédula de la cartera y se me cayó … y la tiene pegada del suéter, en la espalda. No se mueva, por favor. Porque si cae al piso no la puedo recoger. No me puedo agachar, porque soy cojo» …
El hombre despegó su cédula de identidad de mi suéter donde se había adherido por electricidad estática, tal vez. Y en eso nos hicieron entrar al sancta sanctórum del arroz.
No había arroz «como arroz» … Sólo un kilo por persona… ¡Pero no me asaltaron! Y el dueño del negocio me reconoció como a cliente de mejores tiempos idos y me dijo sotto voce: puede llevarse dos kilos. Yo le murmuré mis !gracias!
…Y colorín colorado, este cuento, desafortunadamente, NO se ha acabado.