No sé dónde leí que si uno pasea una cabra verde por la plaza del pueblo la gente hablará mucho… durante 3 días; y no más. Luego siguen con sus vidas.
Pero como el pueblo ahora es global, los chismes tal vez aguantan un poco más. Así que aquí voy yo, paseando mi cabra verde: hablando de fútbol todavía.
Me resisto a dejar el pan y el circo. Hay algo de fascinante y hasta natural en alejarse de las tragedias y mantenerse del lado banal de la vida. Hay algo atractivamente morboso en dejarse engordar (pan) y reirse (circo).
Así que sigo desesperada buscando las páginas de deporte de los diarios principales que leo y releo, y veo que mi cabra verde ya no está. Casi nadie la menciona. Se confunde ya con la hierba circundante la muy cabrona (perdonen, estaba fácil).
Ya nadie habla de que Cristiano Ronaldo usó un corte de pelo diferente para cada encuentro futbolístico del mundial. Ni de que más le hubiera valido ocuparse de la pelota que del pelo y de las cámaras; ni se recuerda que él es uno de los modelos (como Beckham) que alegran más de una niña (del ojo) con las vallas de ropa interior de Armani.
Tampoco se comenta que la federación china de fútbol, cortó en seco el deseo de sus jóvenes jugadores de imitar las trencitas de Beckham, otro jugador modelo. Modelo de Armani, se entiende. Los jugadores chinos deben ser machos a toda costa, aunque «chino» y «macho» casi nunca aparezcan juntos en la misma oración.
Mucho menos se analiza que en México la superstición alrededor del fútbol hace que en la iglesia de San Gabriel Arcángel vistan al Santo Niño de los Milagros con el uniforme de la selección y que la gente le rece por su equipo.
Nada. Olvidados Neymar, Rodríguez, (¿quién recuerda a Iniesta?), Suárez y su besito mordelón, Messi, y su renuencia a saludar a sus admiradores infantiles; olvidados Ronaldo y Beckham de cuyas pelotas se ocupa ya sólo Armani. Se nos acabó el circo, y la harina para el pan está escasa. Ya no se habla de la cabra verde y ni siquiera del Borrego rojo.
¿Tendremos que enseriarnos?
!Nooooooo!
Sería un verdadero milagro para un país que desde tiempo inmemoriales –según Francisco de Miranda que tan bien (también) lo padeció– es bochinche, bochinche, y sólo bochinche.