Gestos solitarios

Éderzito (Eder) António Macedo Lopes
Éderzito (Eder) António Macedo Lopes

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Mohamed Lahouaiej Bouhlel. 31 años. Europeo-Africano, Francés-Tunecino, camionero, obsesionado con su cuerpo, levantador de pesas y aficionado a las bicicletas de carrera. Frecuenta los juegos de azar y el hachís,

No ha tenido una vida fructífera. No ha estudiado, no es buen hijo ni buen padre ni buen marido, ni buen vecino. Ha cometido pequeños actos criminales. Tampoco es un “criminal de éxito” . Ha nacido musulmán, hijo de un padre fanático; pero ni siquiera es un buen musulmán. Los vecinos dicen que a menudo huele a alcohol y sus connacionales  musulmanes dicen que nunca lo han visto en la mezquita.

El día 13 de julio está acabado, lleno de deudas, a punto de divorciarse, judicialmente alejado de su familia por violencia, con un empleo que apenas le dará para pagar sus deudas. El 14 emprende un gesto solitario de cruel venganza contra su mundo. Matando 84 personas e hiriendo 200.

Un gesto solitario del horror

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Éderzito António Macedo Lopes, 28 años. Europeo-Africano, Portugués Guineano, futbolista. No sabemos muchos detalles de su vida privada. Pero no ha tenido una vida fácil. Sabemos que ha llegado a Portugal de dos años y que ha pasado tiempo en un orfanato. Se ha abierto paso lentamente en el sistema educativo europeo y en el mundo mezquino del futbol.

Ya como jugador profesional, hasta hace poco era bastante rechazado por sus connacionales. Recibía abucheos y chiflidos en el campo de juego; acciones tal vez no exentas de racismo  (como han hecho con Ferrier y otros en Italia).

En la Copa de Europa no parece hacer un gran papel. Pasa mucho tiempo en las bancas. A 11 minutos de finalizar el partido decisivo lo lanzan al campo. Pasa a la historia.

Y es en este momento que ejecuta una venganza cuidadosamente planificada. Una venganza poética, o mejor dicho lingüística: le da vida gestual a la expresión de la lengua portuguesa chapada de luva branca que traduce bofetada de guante blanco.

Después del gol se agacha, y de la media de su pierna izquiera saca un guante blanco que ha llevado todo el tiempo; todo el campeonato. Para, en el momento preciso, después del gol que soñaba hacer desde niño, levantar la mano enguantada para –simbólicamente– abofetear con guante blanco, con elegancia, con generosa superioridad a sus ofensores, algunos de los cuales estarían en la barra de los fanáticos, y el resto pegados del televisor. Pero unos y otros le deberán desde ese día y  para siempre esa victoria inolvidable. Esta deuda es su bofetada sutil. Su venganza.

Un gesto solitario de la gloria.

Si quieres verlo:

Chapada de luva branca