Vidas y muertes

Hoy fui al cementerio de Barcola. ¿Por qué? Porque es bonito y me queda en el camino de mis andanzas. También voy porque es un cementerio pequeño, donde ya probablemente no hay más espacio. Ya no cabe más muerte, se podría decir. Están probablemente todos los que deben estar. Por eso es ordenado.

Ver las formas de conmemorar la muerte es aprender sobre las formas de vivir. Recuerdo el cementerio municipal de Trujillo, mi ciudad natal como un amasijo de tumbas mal tenidas, en desorden; en un caos que es un poco reflejo de cómo vive esa pobre ciudad, la capital del segundo estado más pobre de Venezuela, que en estos momentos es decir demasiado.

La humanidad entierra a sus muertos desde hace mucho tiempo. Hace 40. 000 años una pareja de neandertales enterró a su bebé de dos años para proteger su cuerpecito de las alimañas. El descubrimiento de estos restos fue un gran momento para entender la humanidad. Cuando entierras algo, de alguna manera lo estás protegiendo en espera de algo que podría a ocurrir en el futuro. Estos neandertales miraban lejos sin saberlo.

Hace poco me enteré de que en una de las casas al lado de este cementerio nació y vivió alguien que en algún momento de su vida emigró a Venezuela, ese país que hace hace tiempo era buscado como un destino dorado. Esta persona murió hace unos cinco años. Ahora no recuerdo si alguna vez se regresó a Trieste. Creo que no. Yo ahora conozco a su hija que sí volvió a Trieste después de vivir en Venezuela mucho tiempo. Nos conocimos por azar. Las vidas van y vienen.

Pienso en la muerte en estos días tal vez porque ya conozco gente en Trieste que ha muerto desde que vine aquí hace ya bastante, aunque yo me empeñe en decir que fue ayer. La muerte, y los muertos, son también una medida del tiempo que pasa.

Macario, un personaje de esa hermosa película mexicana del mismo nombre tenía razón al decir que hay que prestarle atención a la muerte, porque, después de todo, «pasamos más tiempo muertos que vivos».

Una verdad como un templo.

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