Mi amiga triestina visita –por su buen corazón– a una anciana, también triestina, de 96 años que está convaleciente de una caída. Hace poco, la simpática anciana, que se llama María, le contó que tenía un primo de su misma edad que era su único pariente en el mundo, y que también se había caído.
En una de las visitas, mi amiga le preguntó a a la Sra. María cómo seguía su primo, y la Sra. María le respondió:
–Se murió.
Así. Nada más.
— Se murió.
Mi amiga, compungida por haber traído este tema a colación, no tuvo más remedio que seguir.
–¿Y cómo fue eso? ¿Y cómo se enteró usted?
Y la Sra. María:
–Bueno, cuando él se cayó lo llevaron al hospital. Y antes de ingresar él me llamó por teléfono y me dijo, “si no te he llamado en 15 días es que habré muerto». Ya pasaron 15 días. No llamó. Quiere decir que está muerto.
No hubo forma de que mi amiga pudiera convencerla de que podía haber otras posibilidades. No quiso darle ni el número ni la dirección del primo a mi amiga para averiguar.
“No vaya a ser que los vecinos piensen que estoy detrás de su herencia” (!!!!) era uno de los argumentos. Pero el principal era que habiendo pasado los quince días….
Bueno, al final, felizmente, resultó que el primo no había muerto, sino que en el hospital, y de reposo, no lo habían dejado usar el celular.
El Evangelio según San Juan nos dice que “en el principio era el Verbo, la palabra. Y si al principio del mundo estaba el verbo, al final de la vida (que es la versión única y directa de mundo que tendremos), parece que también el verbo tiene su protagonismo. Pienso en la frase bastante común “…y sus últimas palabras fueron…”, aludiendo a esa última urgencia lingüística que nos compele a seguir diciendo cosas, a enunciar algo aún en ese momento del gran salto al «más allá».
Cuando uno estudia la afasia, se da cuenta de la gran tragedia de perder las palabras (y de la gran alegría que produce el re-encontrarlas, eventualmente, a través de la rehabilitación).
También podemos constatar que al envejecer nos volvemos –como la Sra. María– más literales. Como si las palabras, semejantes a árboles de invierno, perdieran la copa, las flores, los frutos y se quedaran con las raíces. Con el pie del árbol. Con el pie de la letra.
Si dijo que habría muerto….pues estará muerto.